Deconstruyendo el término ‘ilegal’
La expresión “inmigración ilegal” es una construcción ideológica que criminaliza a quienes migran en condiciones extremas. La ilegalidad no está en la persona que migra, sino en las estructuras que la obligan a hacerlo sin alternativas seguras. La diferencia entre «migrante legal» e «ilegal» no es un mérito personal, sino un accidente de nacimiento y un marco jurídico que beneficia a unos y condena a otros.
Las causas de la migración forzada
Neocolonialismo y expolio de recursos
Empresas multinacionales y gobiernos occidentales explotan los recursos de países del Sur Global, dejando a millones sin medios de subsistencia. Ejemplos: expoliación del litio en América Latina, la pesca industrial europea en África y el acaparamiento de tierras en Asia.
Artículo Relacionado: La Teoría Marxista de la Dependencia (TMD): Una crítica a la Intervención Capitalista en los Países en «Desarrollo»
Guerras y conflictos inducidos
Intervenciones militares y desestabilización política impulsadas por potencias imperialistas. Caso de Libia: de país con alto nivel de vida a foco de tráfico de personas tras la intervención de la OTAN.
Crisis climática provocada por el capitalismo
Sequías, desertificación y desastres ambientales obligan a poblaciones enteras a desplazarse. El cambio climático es una consecuencia directa del modelo de producción capitalista, que contamina sin responsabilidad.
Explotación económica y cadenas globales de producción
Empresas occidentales deslocalizan fábricas para explotar mano de obra barata en el Sur Global. Condiciones de trabajo inhumanas generan pobreza estructural, impulsando la migración.

La hipocresía de la criminalización de la migración
El mismo sistema que expulsa a migrantes los persigue cuando buscan sobrevivir en otro lugar. Las potencias que saquean los recursos y destruyen la estabilidad de los países de origen son las mismas que blindan sus fronteras. Los migrantes no son «invasores», sino refugiados de un sistema global de explotación.
Artículo Relacionado: Una Visión Marxista sobre las Migraciones
El absurdo del mito del «inmigrante que roba empleos»
Uno de los argumentos más repetidos contra la inmigración es que los migrantes «quitan puestos de trabajo». Sin embargo, la realidad es la inversa: los migrantes forzados son, en primer lugar, quienes han perdido su derecho a trabajar en sus propios países.
La explotación capitalista no solo destruye economías locales a través de la deslocalización y el expolio de recursos, sino que además desplaza poblaciones enteras al impedir que puedan vivir dignamente en sus lugares de origen.
Así, el mismo sistema que expulsa a los migrantes de sus países es el que luego los utiliza como chivos expiatorios en sus nuevos destinos. La competencia laboral entre trabajadores no es consecuencia de la migración, sino de la precarización impuesta por el capital para dividir a la clase trabajadora y evitar la organización colectiva.
En cualquier caso, si un migrante cobra menos por que tiene una necesidad mayor o por que, comparativamente, con la vida que llevaba en su origen le sirve ese dinero, el culpable último es el empresario que se aprovecha de esto y el Gobierno que no legisla para prohibirlo. Nunca el migrante forzoso.
La connivencia con la explotación laboral
La supuesta defensa de la “legalidad” esconde la conveniencia del capital en mantener una mano de obra migrante precarizada. Sectores como la agricultura, la construcción y los cuidados dependen de trabajadores migrantes en condiciones de semi-esclavitud. Políticas de persecución generan miedo y dificultan la organización sindical de los trabajadores migrantes, beneficiando a los empresarios explotadores.
Artículo Relacionado: De la Teoría de la Renta de Marx a la Teoría de la Renta Imperialista de Samir Amin: La Socialdemocracia Occidental y su Papel en el Saqueo de los Países Periféricos
El observador: la responsabilidad de quienes miramos sin actuar
En la lucha contra el acoso escolar, se ha demostrado que la clave para erradicarlo no está solo en la víctima ni en el agresor, sino en el observador. Si el entorno calla, el acoso persiste; si el entorno actúa, el agresor pierde poder.
Lo mismo ocurre con la explotación global y la migración forzada: los occidentales somos observadores de un sistema que expulsa a millones de personas de sus países y, sin embargo, rara vez reaccionamos.
No ver la explotación en los países de origen no es una cuestión de ignorancia, sino de comodidad. Por omisión o por acción, legitimamos un sistema que empobrece a otros para sostener nuestro nivel de vida.
Artículo Relacionado: ¿Por qué a los trabajadores debe importarnos la cuestión colonial?
Exigir políticas migratorias más duras sin cuestionar por qué la gente se ve obligada a migrar es el equivalente a culpar a la víctima en un caso de acoso escolar mientras se ignora la violencia del agresor.
Hay algo más: si negamos a estos trabajadores la posibilidad de entrar en nuestros países y ganarse la vida, tampoco tendremos derecho a criticar cuando decidan levantarse y tomar el control de sus propios recursos.
No podemos expulsarlos, explotarlos y luego escandalizarnos cuando impulsan gobiernos que priorizan su soberanía económica sobre los intereses de las multinacionales. Si hoy les negamos la entrada, mañana no podremos quejarnos cuando rechacen nuestro modelo y busquen su propia vía, como han intentado hacer Cuba, Venezuela u otros países.
Como observadores, tenemos la responsabilidad de romper el silencio, denunciar la explotación en origen y desmontar los discursos que criminalizan a quienes no han tenido otra opción que abandonar su hogar o luchar por cambiarlo.
Internacionalismo proletario o barbarie
El capitalismo ha convertido al mundo en un espacio donde el movimiento de mercancías es libre, pero el de los seres humanos es criminalizado. La única solución realista es una transformación revolucionaria de la economía global. La clase trabajadora, independientemente de su lugar de origen, debe unirse contra el enemigo común: el capital. De lo contrario, la migración forzada seguirá siendo un fenómeno estructural de un sistema que sobrevive gracias a la desigualdad.