A lo largo de mi vida, he llegado a comprender que todo en el universo está profundamente interconectado. Lo humano no es una entidad separada o superior, sino solo una dimensión más en el entramado de la realidad material. Esta interdependencia no se limita a las relaciones humanas, sino que abarca todo lo existente, desde los elementos más básicos de la naturaleza hasta las estructuras sociales más complejas. Es en esta comprensión de la interconexión donde reside uno de los pilares fundamentales de mi pensamiento.

Desde hace tiempo, he sentido que este reconocimiento de la interdependencia empezó como una intuición, una especie de percepción profunda pero aún indefinida. A lo largo de los años, esta intuición se ha ido desarrollando y fortaleciendo a medida que mi pensamiento se ha nutrido de reflexiones filosóficas y del estudio de la realidad material. No fue un proceso inmediato ni abrupto, sino un crecimiento progresivo que ahora veo como una construcción continua de mi conciencia. En este proceso, la intuición de que todo está interconectado se ha transformado en un principio claro y central que guía mi forma de ver el mundo y mi alineación con el comunismo.
Al comprender que nada existe en aislamiento, veo cómo las estructuras económicas, políticas y sociales que rigen nuestras vidas están íntimamente entrelazadas con el bienestar colectivo. No puedo entender al individuo como un ser completamente autónomo, sino como parte de un tejido más amplio que abarca la naturaleza, la comunidad y las generaciones futuras. Esta interdependencia refuerza mi alineación con el comunismo, ya que este marco me ofrece una manera de organizar la sociedad respetando esa conexión, buscando crear condiciones de justicia y equidad para todos los seres que forman parte de este entramado.

El comunismo, tal como lo entiendo, no es solo una cuestión de lucha de clases o redistribución económica; es una manifestación de la conciencia de que nuestras acciones individuales tienen consecuencias colectivas. El bienestar de uno depende del bienestar de todos. La explotación y la desigualdad no son solo problemas éticos, sino disrupciones fundamentales de esa interconexión material. Al romper el equilibrio de estas conexiones, las relaciones injustas alteran todo el sistema, afectando no solo a los individuos involucrados, sino al entorno en su totalidad.
Desde una perspectiva hegeliana, esta interconexión de la materia puede ser vista como parte de la dialéctica que impulsa la historia. Mi intuición original era solo el comienzo de un proceso en el que, a través de la confrontación de ideas y experiencias, mi pensamiento se ha desarrollado hacia una síntesis más profunda. El comunismo representa, para mí, la superación de las contradicciones que alienan a los individuos del colectivo, una nueva fase en la evolución histórica que integra la interdependencia en la base misma de su estructura.
Desde un enfoque marxista, entiendo que esta interdependencia es también una realidad material. No somos individuos aislados, sino actores en una red de relaciones sociales y económicas que determinan nuestras condiciones de vida. Esta conciencia de las conexiones materiales entre las personas y sus medios de vida me lleva a reconocer que el comunismo es el sistema que mejor responde a esa interdependencia, ya que busca eliminar las formas de explotación que fracturan la conexión entre los seres humanos y la naturaleza.
En este punto, es importante destacar que el comunismo no solo nos permite reconocer la interdependencia material que define nuestras vidas, sino que también nos ofrece un papel activo en la construcción de la historia. Al organizarnos de manera consciente, colectiva y cooperativa, no somos simplemente arrastrados por el devenir histórico, sino que nos convertimos en sujetos activos, en agentes de transformación. Pasamos del “¿hacia dónde vamos?”, una pregunta pasiva que ha guiado a la mayoría de los individuos de nuestra especie a lo largo de la historia, al “¿qué hacemos?”, una pregunta que coloca la acción en el centro y nos otorga el protagonismo en la creación de nuestro futuro común. El comunismo, al depender de la organización consciente de la sociedad, nos da la oportunidad de tomar las riendas de nuestro destino, lo que satisface una voluntad humana fundamental: la de ser partícipes y constructores de nuestra propia historia.
A nivel existencial, he llegado a darme cuenta de que esta interdependencia no solo es material, sino también ética. Mi libertad no existe en un vacío, sino en el contexto de mis relaciones con los demás. Desde esta perspectiva, el comunismo no es simplemente una opción política, sino una elección ética que surge de mi responsabilidad hacia los demás, una forma de expresar mi libertad al comprometerme con un sistema que reconoce la conexión entre los individuos y promueve su bienestar colectivo. Pero esta ética de la interdependencia se amplía aún más cuando entendemos que también implica la acción. La libertad humana, desde mi visión, no se limita a una simple adaptación pasiva al entorno, sino que encuentra su máxima expresión en la capacidad de transformar el mundo de manera colectiva y deliberada. El comunismo nos ofrece esa posibilidad de organización activa, donde la voluntad humana deja de ser una herramienta para la explotación individual y se convierte en un motor para la construcción de una sociedad más justa.

En este proceso de reflexión, también reconozco la influencia de un pensamiento más pragmático. Si nuestras vidas están tan entrelazadas, entonces la mejor forma de organización social es aquella que respeta y fomenta esta interdependencia de manera práctica. El comunismo, al buscar una redistribución justa de los recursos y al promover la cooperación en lugar de la competencia, me parece la opción más pragmática para resolver los problemas de injusticia que surgen de la desconexión que el sistema capitalista genera entre las personas.
Este reconocimiento de la interdependencia también me conecta con una ética estoica. Los estoicos enseñan que el bien individual solo puede alcanzarse en el contexto del bien común, y que la virtud, en particular la justicia, es una manifestación de esa interdependencia. Para mí, el comunismo es una expresión de esta virtud: un sistema que no solo busca el bien de unos pocos, sino el bien colectivo, respetando esa conexión esencial que existe entre todos los seres.
Finalmente, desde una perspectiva espinozista, la interconexión de la materia refleja una unidad fundamental en la naturaleza. Spinoza me ayuda a entender que todos los seres, humanos y no humanos, comparten una misma sustancia y que nuestro poder y libertad aumentan cuando trabajamos en conjunto. Al alinearme con el comunismo, reconozco que el bienestar individual no puede alcanzarse de manera aislada, sino que está vinculado al bienestar de la comunidad. Esta interdependencia, lejos de ser una limitación, es una fuente de potencia, ya que cuanto más cooperamos, más libres y poderosos nos volvemos como colectivo.
En resumen, la interconexión de la materia y la comprensión de que lo humano es solo una dimensión en un entramado más vasto son pilares fundamentales de mi pensamiento. Esta intuición, que comenzó de forma vaga y ha crecido con el tiempo, se ha convertido en una visión clara de la vida, que guía mi adhesión al comunismo. Desde una perspectiva hegeliana, marxista, pragmática, existencial y espinozista, este reconocimiento de la interdependencia subyace a mi compromiso con la justicia y la igualdad. Sin embargo, también es en esta interdependencia donde reconozco la posibilidad y necesidad de acción: el comunismo no solo permite que el bienestar individual y colectivo prosperen juntos, sino que otorga a cada ser humano un papel protagonista en la construcción de esa realidad, satisfaciendo así una de nuestras necesidades más fundamentales: ser sujetos activos en la creación de nuestra propia historia.