El panorama político contemporáneo se encuentra atravesado por una amenaza creciente: el ascenso de la extrema derecha mundial, un fenómeno que responde a las profundas contradicciones del capitalismo globalizado. Ante esta situación, las respuestas progresistas reformistas han demostrado ser insuficientes. Aunque sus intenciones puedan parecer loables, carecen de la profundidad necesaria para enfrentar un desafío que se alimenta de las crisis estructurales del sistema y de la manipulación de las ansiedades sociales que estas generan.
El reformismo progresista, caracterizado por medidas redistributivas limitadas y la defensa del orden democrático liberal, no aborda la raíz de los problemas. Estas propuestas suelen centrarse en paliar los síntomas del sistema capitalista sin cuestionar sus fundamentos. En lugar de confrontar directamente la causa de las crisis, la propiedad privada de los medios de producción, con la consiguiente acumulación de capital en manos privadas (y los intereses individualistas que de ella emanan), el reformismo confía en una narrativa de progreso gradual. Sin embargo, este enfoque no solo es insuficiente, sino que fortalece, a medio y largo plazo, las bases discursivas de la extrema derecha al dejar intactos los mecanismos que perpetúan la precariedad y el descontento social.

La paradoja del reformismo como catalizador
El reformismo, al centrarse en «soluciones» parciales, crea una paradoja peligrosa: al no resolver las crisis estructurales, perpetúa las condiciones que permiten a la extrema derecha crecer. Esto ocurre en dos niveles:
- Deslegitimación política: Las reformas tibias suelen ser rápidamente desbordadas por la magnitud de los problemas sociales, lo que genera frustración y apatía en amplios sectores de la población. Este desencanto con las instituciones tradicionales es capitalizado por la extrema derecha, que se presenta como la única fuerza capaz de romper con el «status quo.»
- Cooptación del lenguaje de cambio: En su intento por mantener un consenso político, el reformismo tiende a adoptar parcialmente discursos de la extrema derecha, como en temas relacionados con la migración o la seguridad. Esto no solo legitima sus premisas, sino que refuerza su capacidad de atracción al integrar su narrativa en el debate público.
De esta manera, el reformismo no solo falla en contener la amenaza autoritaria, sino que, paradójicamente, contribuye a su consolidación. Al no ofrecer una alternativa clara y radical, deja el terreno simbólico y cultural en manos de quienes capitalizan el miedo, la precariedad y el descontento.+
«El reformismo es una manera que la burguesía tiene de engañar a los obreros, que seguirán siendo esclavos asalariados, pese a algunas mejoras aisladas, mientras subsista el dominio del capital.
Cuando la burguesía liberal concede reformas con una mano, siempre las retira con la otra, las reduce a la nada o las utiliza para subyugar a los obreros, para dividirlos en grupos, para eternizar la esclavitud asalariada de los trabajadores. Por eso el reformismo, incluso cuando es totalmente sincero, se transforma de hecho en un instrumento de la burguesía para corromper a los obreros y reducirlos a la impotencia. La experiencia de todos los países muestra que los obreros han salido burlados siempre que se han confiado a los reformistas.»
Lenin. 1913.
La extrema derecha y su narrativa
La extrema derecha ha sabido explotar las fisuras del sistema con una narrativa simplista pero eficaz: atribuir la culpa de las crisis económicas, las migraciones y el declive cultural a los sectores más vulnerables y a enemigos ficticios. Este discurso desvía la atención de los verdaderos responsables: las dinámicas extractivas del capital global, la militarización de las relaciones internacionales y la explotación de los recursos naturales, por parte de intereses individuales disfrazados de nacionales.
Mientras las fuerzas progresistas intentan moderar el impacto de estas dinámicas, la extrema derecha se presenta como un actor radical que promete soluciones contundentes. En este contexto, la tibieza del reformismo se percibe como debilidad, lo que contribuye a su incapacidad para movilizar a las mayorías sociales.
La necesidad de una ruptura política y cultural
Frente a este escenario, resulta imprescindible un programa rupturista que reconfigure el marco de debate político y cultural. Este programa debe ir más allá de la mera redistribución económica y abordar una transformación estructural de las relaciones de poder. Es necesario exponer con claridad la conexión entre las crisis actuales y los intereses de las élites económicas y políticas que las perpetúan.
Un enfoque rupturista implica señalar las guerras como herramientas de dominación geopolítica y los flujos migratorios como consecuencias directas del saqueo colonialista y neocolonialista. También requiere una narrativa que recupere la solidaridad internacional y promueva una redistribución radical de la riqueza y el poder.
En términos culturales, este programa debe desmontar los mitos sobre los que se sustenta el discurso de la extrema derecha. Es fundamental cuestionar la noción de la «nación» como unidad homogénea y esencialista, reemplazándola por una visión plural y solidaria que reconozca las aportaciones mutuas de los pueblos. Además, el combate contra el individualismo neoliberal debe ir de la mano con la construcción de un horizonte común que movilice a las masas en torno a proyectos colectivos de emancipación.
Hacia una política transformadora
El reformismo progresista ha demostrado ser incapaz de desafiar el orden establecido, y en muchos casos, termina cooptado por él. Para enfrentar el auge de la extrema derecha, es necesario un programa que apunte directamente a las estructuras de dominación y que ofrezca una alternativa clara y radical. Solo un proyecto político y cultural que proponga una transformación sistémica puede combatir eficazmente el miedo y el odio que nutren a la extrema derecha.
La ruptura no es solo una opción; es una necesidad histórica. Si queremos evitar que el futuro esté dominado por las sombras del autoritarismo, debemos atrevernos a imaginar y construir un mundo distinto. En este sentido, el programa rupturista no es un fin en sí mismo, sino el primer paso hacia una humanidad verdaderamente libre y justa.