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Leer para pensar. Una defensa de la lectura en la era de las pantallas

En la actualidad, el acceso al conocimiento se ha transformado radicalmente. La proliferación de contenidos audiovisuales ha modificado no solo las formas de aprender, sino también los modos de percibir la realidad. Esta transformación ofrece «innegables» ventajas: rapidez, accesibilidad, estímulo sensorial. Sin embargo, conviene interrogar sus límites, especialmente cuando este tipo de mediación se convierte en la vía exclusiva de comprensión del mundo.

No se trata de oponer lectura y audiovisual como formas antagónicas. Se trata de advertir que la lectura profunda, directa y sostenida constituye una práctica cognitiva y epistémica irremplazable: no solo fortalece el pensamiento abstracto y transversal, sino que permite acceder de manera crítica a los fundamentos del saber, sin intermediarios.

1. La lectura como autodirección y construcción transversal del sentido

El formato audiovisual impone una secuencia: organiza el contenido de forma lineal, modulando no solo qué se ve, sino también cómo se interpreta. En cambio, la lectura activa una lógica distinta. Al requerir pausas, relecturas y asociaciones internas, invita a construir redes de sentido que no se limitan al texto, sino que lo vinculan con otros discursos, experiencias y saberes.

Este ejercicio favorece una capacidad transversal de pensamiento, es decir, la posibilidad de conectar ámbitos diversos (historia, política, ética, subjetividad) en una comprensión más amplia y estructural. Frente a la fragmentación informativa, la lectura permite detectar patrones, genealogías, tensiones. En suma, promueve una inteligencia contextual, indispensable para interpretar entornos sociales complejos.

2. La lectura como ejercicio neurocognitivo complejo

Numerosas investigaciones han demostrado que el acto de leer activa regiones cerebrales involucradas en la imaginación, la memoria de trabajo, el razonamiento abstracto y la empatía. Según el Instituto Max Planck, la lectura regular de textos complejos incrementa la densidad de materia gris en zonas asociadas con la planificación, el juicio y la metacognición.

Maryanne Wolf, especialista en neurociencia de la lectura, sostiene que esta práctica constituye una tecnología cultural que ha reconfigurado profundamente la arquitectura del cerebro humano. A diferencia del consumo audiovisual, cuya lógica tiende a la inmediatez y al estímulo sensorial, la lectura estimula procesos de representación interna, comparación crítica y deliberación.

3. La lectura directa de las fuentes: un acto de fidelidad intelectual

En una época en que gran parte del conocimiento circula ya interpretado, resumido o recortado —ya sea por periodistas, divulgadores, algoritmos o creadores de contenido— leer directamente las fuentes originales constituye un gesto fundamental de fidelidad intelectual y emancipación epistémica.

Leer a Kant, a Mises, a Marx, a Simone Weil o a Hannah Arendt en sus propios términos implica un acercamiento genuino a la arquitectura de su pensamiento. Incluso cuando resulta arduo, ese esfuerzo ofrece un tipo de comprensión que ningún resumen ni mediación puede sustituir. Las interpretaciones secundarias —por más útiles que sean— tienden a dirigir la lectura, a enfatizar ciertos aspectos y a omitir otros según agendas o intereses particulares.

Este principio no se limita a los textos filosóficos: ocurre también en la lectura de datos, de actualidad política (diarios de sesiones) tratados científicos, jurisprudencia o investigaciones históricas. Acceder a las fuentes permite formarse una visión más completa, más matizada y más libre de sesgos inducidos, habilitando así una lectura crítica de quienes pretenden hablar “en nombre de” los saberes.

4. La confrontación de perspectivas como forma de construcción de sentido

La lectura no se limita a recibir información: implica comparar, confrontar y contrastar distintas visiones del mundo. Esta operación es esencial para la formación de un pensamiento propio, que no se conforme con adherir a discursos preestablecidos, sino que se atreva a construir su criterio desde el conflicto y la pluralidad.

La lectura de enfoques divergentes —por ejemplo, de autores con posiciones ideológicas, metodológicas o culturales antagónicas— estimula la capacidad de discernimiento y evita la clausura dogmática. En este sentido, leer textos que se contradicen no genera confusión, sino densidad: permite observar cómo cada mirada ilumina ciertos aspectos de la realidad y oculta otros, cómo se argumentan las ideas y desde qué supuestos se construyen.

Formarse en esta práctica de confrontación exige tiempo, esfuerzo y una disposición crítica que el consumo audiovisual —generalmente unidireccional— raramente favorece.

5. Lectura y análisis de estructuras sociales complejas

Además de fortalecer la subjetividad crítica, la lectura proporciona herramientas para interpretar el mundo en su dimensión estructural. Al permitir el seguimiento argumentativo, la identificación de presupuestos y la conexión de escalas (individual, social, histórica), la lectura crítica constituye una vía privilegiada para analizar fenómenos complejos.

Leer a autores como Fanon, Federici o Bourdieu no solo aporta nuevos conceptos, sino que habilita a pensar cómo los discursos, las instituciones y los hábitos cotidianos forman parte de estructuras históricas y de poder. Esta mirada no es alcanzable mediante mensajes breves, ni mediante formatos guiados por la lógica del entretenimiento. Solo la lectura —prolongada, paciente, crítica— permite acceder a estas dimensiones más profundas de la realidad.

6. Lo audiovisual: eficacia expresiva y límites epistémicos

Aunque el audiovisual posee una notable capacidad expresiva, especialmente en la transmisión de emociones o testimonios, presenta límites significativos en términos de profundidad conceptual y articulación sistémica. Su estructura narrativa favorece la linealidad y dificulta la detención reflexiva.

Un estudio de la Universidad de Cambridge mostró que los lectores retienen e integran mejor la información que quienes consumen contenido audiovisual sobre los mismos temas. Esto se debe a que la lectura exige una participación cognitiva activa: no se limita a mostrar, sino que obliga a interpretar, organizar y sopesar ideas. Así, la lectura se convierte no solo en un canal de acceso al saber, sino en una forma de reconfiguración del pensamiento.

Leer es mucho más que una práctica cultural: es un acto de soberanía intelectual. Frente a la velocidad, la sobreinformación y la mediación constante, la lectura directa, crítica y transversal permite construir un pensamiento propio, plural y profundamente arraigado en la complejidad del mundo.

Leer no es simplemente acumular información, sino entrenar la mirada para ver con profundidad, sin intermediarios, y con capacidad de juicio. Leer no es lo opuesto a mirar: es lo que permite mirar de otro modo, y ver donde otros solo repiten.

Proletkult.

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