En el relato hegemónico que Europa y Estados Unidos han construido sobre sí mismos, la «libertad de prensa» ocupa un lugar privilegiado. Es presentada como un principio universal, inherente a la democracia, un valor abstracto que debe defenderse frente a regímenes autoritarios que censuran, manipulan o controlan la información. Sin embargo, cuando examinamos la praxis concreta de estos mismos Estados, descubrimos que esta “libertad” opera como una herramienta geopolítica, cuyo contenido y alcance se define en función de los intereses del capital y del imperialismo occidental.
Medios como armas de intervención ideológica
Desde la Guerra Fría hasta hoy, EE.UU. y Europa han financiado, promovido y sostenido medios de comunicación en países adversarios con el objetivo de influir en sus poblaciones, deslegitimar a sus gobiernos y fomentar cambios políticos alineados con sus intereses. Estos medios no operan en nombre de la libertad de expresión, sino como plataformas de guerra cultural.
Casos emblemáticos:
- Radio Free Europe/Radio Liberty, creadas por la CIA para emitir hacia Europa del Este y la antigua URSS desde la Guerra Fría hasta nuestros días.
- Voice of America, diseñada para actuar como emisora oficial del Departamento de Estado.
- Radio y TV Martí, enfocadas en erosionar la legitimidad del gobierno cubano desde Miami.
- Más recientemente, BBC Persian e incluso plataformas como NetFreedom Pioneers, que buscan introducir contenidos occidentales en países como Irán, China o Venezuela mediante redes alternativas o apps disfrazadas.
Estos proyectos no solo son financiados directamente por los Estados o agencias gubernamentales, sino que actúan en sinergia con ONGs, fundaciones liberales y think tanks que legitiman su accionar bajo el discurso de los “derechos humanos” o el “pluralismo informativo”.

El silencio sobre nuestras propias injerencias
Mientras estos medios son presentados como “voces libres” o alternativas frente a la censura estatal, cualquier intento de otros Estados por difundir su versión de los hechos en Occidente es catalogado como injerencia extranjera, manipulación, desinformación o guerra híbrida.
- RT, Sputnik o CGTN son demonizados, prohibidos o etiquetados como “agentes extranjeros”.
- Campañas de desinformación, incluso sin pruebas concluyentes, son atribuidas a “granjas rusas de trolls”.
- Los ciudadanos que consumen medios no occidentales son considerados “vulnerables” o “manipulados”, reafirmando la superioridad moral del “periodismo libre” occidental.
Este doble rasero no es una excepción, sino el funcionamiento habitual del poder imperialista en su dimensión cultural: nuestra propaganda es información; su información es propaganda.
Una crítica materialista a la “libertad de prensa”
Lo que se presenta como un principio abstracto universal, en realidad tiene una base material concreta: la libertad de prensa no es otra cosa que la libertad del capital para ejercer su dominio ideológico. No existe información neutral ni prensa objetiva cuando los medios están estructurados sobre la propiedad privada, la publicidad empresarial y el alineamiento con intereses geoestratégicos.
La libertad de prensa bajo el capitalismo no es la libertad de los pueblos para informarse, sino la libertad de las élites para fabricar consenso. Los medios, en ese contexto, no son ventanas al mundo, sino aparatos ideológicos del Estado (en el sentido gramsciano), cuya función es reproducir las condiciones culturales del sistema.
Hacia una praxis informativa emancipadora
Ante esto, la solución no es defender una “libertad de prensa” abstracta sino, tras haber tomado conciencia del sesgo de la supuesta «libertad», construir, priorizar y apoyar medios populares y comunitarios al servicio de las clases oprimidas, que respondan a un proyecto colectivo de transformación social. Solo desde ahí puede articularse una comunicación verdaderamente liberadora, que no sea la expresión de un interés geopolítico sino el reflejo dialéctico de las luchas sociales en curso.