El liberalismo, como ideología utópica que justifica el capitalismo, ha sido presentado como un sistema que defiende la libertad, la igualdad y los derechos individuales. Se nos ha vendido la idea de que esta ideología busca garantizar la libertad de todos los individuos, sin importar su origen o condición. Sin embargo, tras un análisis más profundo, se revela una verdad incómoda: el liberalismo no busca proteger al individuo como un valor universal, sino que en realidad protege a unos pocos individuos de los intereses de la gran mayoría. De esta manera, el liberalismo no es un defensor de la libertad, sino un garante de la dominación de las élites sobre las clases oprimidas. El liberalismo es, en su base, un mentiroso.

La falacia de la libertad individual
El liberalismo se presenta bajo el paraguas de la libertad individual. Según sus principios fundamentales, cada persona tiene el derecho de decidir sobre su vida, sus recursos y su destino, con la mínima intervención del Estado o de otros actores. No obstante, esta “libertad” está profundamente condicionada por las estructuras económicas que rigen la sociedad capitalista. En un sistema capitalista, las decisiones de los individuos están determinadas por las condiciones materiales en las que se encuentran. Aquellos con mayor poder adquisitivo y recursos tienen más capacidad para ejercer su libertad, mientras que aquellos en situación de pobreza o explotación se ven atrapados en un círculo de dependencia y opresión.
Así, la libertad que el liberalismo promete no es, de hecho, una libertad real para todos. Es una libertad sesgada, en la que unos pocos, los que ya detentan poder económico, tienen la capacidad de tomar decisiones que afectan a la vida de millones. Por ejemplo, un multimillonario puede influir en políticas públicas, en la creación de leyes y en la distribución de recursos de una manera que un trabajador o un desempleado jamás podrá, independientemente de su “libertad” individual.

La igualdad de los desiguales
Otro pilar central del liberalismo es la idea de la igualdad ante la ley. Sin embargo, esta igualdad es una falacia que ignora las profundas desigualdades económicas y sociales que existen en cualquier sociedad capitalista. La igualdad que se promueve no es una igualdad sustantiva, sino una igualdad formal, que se limita a tratar a todos los individuos por igual ante la ley, pero sin cuestionar las condiciones materiales que realmente determinan el bienestar de las personas.
La promesa de igualdad bajo el liberalismo es una ilusión, ya que en la práctica, la estructura de clases del capitalismo genera una desigualdad sistemática que favorece a los ricos y perjudica a los pobres. En un sistema en el que los recursos, la educación, la atención sanitaria y el acceso a oportunidades están concentrados en manos de unos pocos, la idea de que todos los individuos tienen las mismas oportunidades es sencillamente falsa. Mientras los más poderosos disfrutan de una libertad «plena», las grandes masas se ven arrastradas a la lucha por sobrevivir, sin la capacidad real de ejercer sus derechos de forma efectiva.
La protección de los intereses de las élites
La verdadera naturaleza del liberalismo queda al descubierto cuando se observa su impacto en la distribución del poder y los recursos. Lejos de defender una igualdad sustantiva entre todos los individuos, el liberalismo se ha convertido en una herramienta de los poderosos para proteger sus intereses. Bajo el disfraz de la “competencia libre” y la “iniciativa privada”, el liberalismo ha creado un sistema económico en el que las grandes corporaciones, los bancos y las élites económicas mantienen su dominio sobre los recursos, la política y la vida social.
La promesa de un mercado libre es, en última instancia, una mentira que sirve para justificar la explotación y la acumulación de riqueza en pocas manos. Las políticas neoliberales, que son la extensión más radical del liberalismo en la economía, han despojado a las clases trabajadoras de derechos fundamentales como la salud, la educación y la vivienda, mientras han permitido que las élites continúen acumulando riquezas sin ningún tipo de control. El “mercado libre” no es más que un mecanismo para transferir recursos de los más pobres a los más ricos.
La manipulación de la opinión pública
Una de las estrategias más insidiosas del liberalismo es la manipulación de la opinión pública a través de los medios de comunicación y las instituciones educativas. En lugar de promover una verdadera libertad de expresión y un debate abierto, el liberalismo crea un sistema en el que las ideas dominantes son controladas por aquellos que tienen los recursos para influir en los medios y las plataformas de comunicación. El discurso público está dictado por las corporaciones, los políticos y los intelectuales que representan a las élites, lo que limita gravemente la posibilidad de que se cuestionen las estructuras de poder existentes.
La «libertad de expresión» bajo el liberalismo no es más que una fachada que permite que se expresen algunas voces dentro de los límites establecidos por el sistema. Las críticas que amenazan realmente los intereses del capitalismo, como las que promueven el cambio radical o la justicia social, son rápidamente neutralizadas y deslegitimadas. A través de los medios masivos, se crea una narrativa que favorece el statu quo y presenta cualquier forma de resistencia como una amenaza al orden social.
El liberalismo como ideología del engaño
El liberalismo se presenta como un defensor de la libertad, la igualdad y los derechos individuales, pero su verdadera naturaleza es la de un sistema que protege a las élites y perpetúa las desigualdades inherentes al capitalismo. A través de la falacia de la libertad individual, la igualdad formal y la manipulación mediática, el liberalismo ha logrado convencer a muchos de que representa una forma justa de organización social. Sin embargo, cuando se examinan las estructuras de poder que mantiene y reproduce, queda claro que el liberalismo no es más que una ideología que sirve para justificar y mantener la dominación de unos pocos sobre muchos.
La verdadera libertad solo puede lograrse cuando se cuestionan las bases del capitalismo y se lucha por una sociedad en la que la igualdad material y la justicia social sean valores fundamentales. El liberalismo, con su promesa vacía de libertad, es un mentiroso que perpetúa las desigualdades y mantiene el poder en manos de los más ricos.