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Ahorrar no es acumular capital: desmontando el discurso contra los impuestos

En el debate sobre los impuestos, especialmente aquellos que gravan el patrimonio, las herencias o las rentas de capital, se suele recurrir a un argumento que pretende proteger a los pequeños ahorradores, sugiriendo que este tipo de impuestos son un ataque al esfuerzo individual y al derecho a reservar recursos para el futuro. Sin embargo, este discurso oculta una distinción fundamental entre el ahorro, entendido como una herramienta para la seguridad personal y familiar, y la acumulación de capital, que opera como un mecanismo de concentración de poder económico y perpetuación de desigualdades. Este artículo busca explorar en qué momento el ahorro deja de ser tal y se convierte en acumulación, y cómo esta transición invalida el argumento de que los impuestos progresivos son un castigo al ahorro.

Es necesario señalar que esta reflexión tiene un carácter reformista, ya que se enmarca dentro de los límites de un sistema capitalista. En este sistema, el ahorro no es una elección libre, sino una necesidad impuesta por la propia inseguridad estructural que genera el capitalismo. En este contexto, aunque es imprescindible defender una fiscalidad más justa que redistribuya la riqueza y limite la acumulación, el horizonte no debe quedarse en estas medidas paliativas. El futuro debería orientarse hacia la superación de un sistema que perpetúa las desigualdades y la inseguridad, haciendo innecesario el ahorro como garantía ante un mundo lleno de riesgos y carencias estructurales.

El ahorro como herramienta de seguridad personal

El ahorro, en su concepción básica, es el excedente económico que una persona o familia reserva para cubrir necesidades futuras. Su función es profundamente social: permite afrontar imprevistos, financiar proyectos esenciales como la educación o la vivienda, y garantizar una vida digna durante la vejez. Este ahorro está anclado en la idea de estabilidad y en el deseo de evitar la dependencia de terceros, y su propósito es garantizar la autonomía y seguridad frente a las incertidumbres del futuro.

Sin embargo, esta función social del ahorro no es inherente a la naturaleza humana, sino una respuesta a las carencias del sistema capitalista. En una sociedad basada en la competencia y la precariedad, el ahorro se convierte en un refugio individual frente a riesgos que deberían ser asumidos colectivamente. En este sentido, el ahorro no es tanto un acto de libertad económica como un mecanismo de autoprotección frente a un sistema que genera inseguridad estructural.

El ahorro cumple un papel importante en las economías humanas, pero tiene un límite natural en su función: su razón de ser no es la acumulación indefinida, sino la satisfacción de necesidades concretas. En un sistema más justo, la seguridad personal no debería depender de la capacidad de acumular recursos, sino de un acceso equitativo a los bienes y servicios necesarios para una vida digna.

De ahorro a acumulación

El ahorro deja de cumplir su función inicial, convirtiéndose en acumulación, cuando se convierte en un medio para generar rentas que no están vinculadas al trabajo o a las necesidades vitales, sino al poder económico y político que permite la acumulación de capital. Esta transición ocurre cuando el excedente económico no se destina a garantizar la seguridad personal o colectiva, sino a multiplicar recursos a través de inversiones especulativas, la adquisición de bienes cuyo valor se revaloriza en el tiempo (como propiedades), o el uso de herramientas fiscales que permiten minimizar contribuciones al bien común.

El punto de inflexión entre el ahorro y la acumulación se da cuando los recursos excedentes dejan de estar orientados a cubrir las necesidades del presente y el futuro para convertirse en instrumentos de dominación económica. Por ejemplo, un pequeño fondo de emergencia o un plan de retiro tiene un propósito claro y limitado; pero cuando estos recursos se convierten en un portafolio de activos especulativos o en múltiples propiedades destinadas al alquiler, estamos ante un fenómeno de acumulación de capital.

Esta acumulación no solo es innecesaria para la seguridad individual, sino que genera consecuencias negativas para la sociedad en su conjunto, ya que concentra recursos en pocas manos y limita su redistribución.

La acumulación de capital y la perpetuación de desigualdades

La acumulación de capital es uno de los motores principales de la desigualdad estructural. A través de mecanismos como la especulación financiera, la concentración de propiedades inmobiliarias o las rentas pasivas derivadas de grandes inversiones, las élites económicas logran multiplicar su riqueza sin necesidad de generar valor real para la sociedad.

Este fenómeno tiene múltiples efectos perjudiciales:

  1. Concentración de riqueza: La acumulación perpetúa la desigualdad, ya que los recursos quedan en manos de una minoría que utiliza su posición para reforzar sus privilegios.
  2. Desconexión de la economía real: La acumulación desvía recursos hacia mercados especulativos, en lugar de destinarlos a actividades productivas que generen empleo o desarrollo social.
  3. Erosión del tejido social: La acumulación de capital genera desigualdades que afectan la cohesión social y dificultan el acceso a derechos básicos como la vivienda, la educación o la salud para amplios sectores de la población.

De esta manera, la acumulación de capital no solo carece de justificación ética, sino que también representa un obstáculo para el desarrollo de sociedades más justas e igualitarias.

Los impuestos progresivos: Una herramienta contra la acumulación, no contra el ahorro

En este contexto, los impuestos progresivos se presentan como una herramienta fundamental para combatir la acumulación excesiva de capital sin afectar al ahorro legítimo. Estos impuestos, que gravan de manera proporcional a quienes poseen más recursos, no están diseñados para castigar el esfuerzo individual ni para limitar la capacidad de ahorrar, sino para evitar que la riqueza se concentre en unas pocas manos a costa del bienestar colectivo.

La trascendencia de un sistema que perpetúa la inseguridad

Aunque es necesario defender impuestos progresivos como herramienta redistributiva en el marco del sistema capitalista, no debemos perder de vista que estas medidas son paliativas y no atacan el problema de fondo. El ahorro, en última instancia, es una respuesta a la inseguridad estructural del capitalismo, un sistema que externaliza riesgos y responsabiliza a los individuos de protegerse frente a las incertidumbres que él mismo genera.

El futuro debería pasar por trascender este sistema, construyendo una sociedad en la que la seguridad económica y el acceso a los recursos básicos estén garantizados colectivamente, y no dependan de la capacidad de cada persona para acumular recursos. Solo así podremos superar la lógica del ahorro como necesidad y la acumulación de capital como privilegio, avanzando hacia una sociedad verdaderamente igualitaria y libre de las ataduras del capitalismo.

Proletkult.

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