
La libertad de expresión, un principio fundamental en las mal llamadas democracias liberales ha sido transformada bajo el capitalismo en una herramienta que, lejos de fomentar el debate crítico y el acceso a la verdad, refuerza la hegemonía del sistema. Desvinculada de cualquier anclaje ético o compromiso con la verdad, esta versión de la libertad opera de manera paradójica: mientras aparenta garantizar la diversidad de ideas, oculta y diluye las críticas reales al orden establecido.
La censura por saturación: el triunfo de la desinformación
En el contexto neoliberal, la libertad de expresión no se limita ni se censura de manera directa, sino que se manipula mediante el aplastamiento informativo. La sobrecarga de datos irrelevantes, la banalización de los debates y la promoción de contenidos diseñados para distraer logran que las voces críticas pierdan visibilidad y eficacia. En lugar de generar una esfera pública de deliberación racional, esta dinámica crea un entorno donde la verdad queda enterrada bajo un mar de desinformación y entretenimiento vacío.
Esto no solo imposibilita una confrontación estructural del capitalismo neoliberal, sino que convierte a la libertad de expresión en una forma de censura disfrazada. Al inundar el espacio público con narrativas que refuerzan el statu quo, el sistema garantiza que las críticas reales sean marginalizadas o desvirtuadas, perpetuando la percepción de que cualquier alternativa al capitalismo es inviable.
El fomento de la paranoia y las conspiraciones como estrategia de distracción
Una de las herramientas más eficaces de este mecanismo es el fomento de teorías conspirativas y narrativas paranoicas. Estas aparentan desafiar la superestructura cultural establecida, pero en realidad cumplen una función desviadora: alejan el foco de los problemas estructurales y materiales hacia explicaciones irracionales.
Por ejemplo, discursos como el del «gran reemplazo» culpan a migrantes y minorías de los problemas sociales y económicos, ocultando las verdaderas causas, como la explotación sistemática del sur global por parte de las economías occidentales. Este tipo de narrativas no solo dividen a las clases populares, alimentando el racismo y la xenofobia, sino que también protegen los intereses del capital al evitar que se cuestionen las relaciones de explotación inherentes al sistema.
La libertad de expresión mediada por el capital
En un entorno falsamente liberalizado, la capacidad de transmitir una opinión masivamente no depende únicamente del derecho individual, sino del acceso a los medios que permiten ejercerlo. Bajo el capitalismo, solo quienes poseen el capital necesario para controlar plataformas mediáticas, redes sociales o canales de comunicación masiva tienen garantizada la capacidad de llegar a las masas.
Esto genera una paradoja: mientras se proclama una supuesta “igualdad” con respecto a la libertad expresión, en la práctica, el acceso a audiencias masivas está mediado por el poder económico. Así, el sistema asegura que las narrativas dominantes, diseñadas para sostener la estructura capitalista, prevalezcan sobre cualquier discurso crítico. La libertad de expresión se convierte, una vez más, en un privilegio del capital, y no en un derecho universal efectivo.
La desconexión entre verdad y ética: un arma contra la crítica
El divorcio entre libertad de expresión, ética y verdad no es accidental. Bajo el capitalismo, la verdad se relativiza y se somete a las dinámicas del mercado, donde lo que importa no es lo que es cierto, sino lo que genera más beneficios o mantiene el orden existente. Este relativismo ético no solo desorienta a la población, sino que dificulta la construcción de un discurso crítico coherente.
Así, cualquier intento de denunciar las contradicciones del sistema queda atrapado en un entorno donde la saturación informativa y la proliferación de narrativas alternativas desvían constantemente la atención. Las críticas al capitalismo no logran penetrar la barrera de desinformación y teorías conspirativas, quedando relegadas al margen del debate público.
El beneficio doble para el capitalismo
Este modelo genera un doble beneficio para el capital. Por un lado, promueve una apariencia de libertad, desactivando las acusaciones de censura directa y proyectando una imagen de pluralidad democrática. Por otro, asegura que la crítica real quede neutralizada, ya sea por falta de visibilidad o por ser asimilada y tergiversada en el entramado de desinformación.
El resultado es un círculo vicioso donde la libertad de expresión, en lugar de ser una herramienta de emancipación, se convierte en un mecanismo de control que refuerza las dinámicas de poder del capitalismo.
Hacia una libertad de expresión anclada en la verdad, la ética, la ley y el derecho del receptor
Para contrarrestar esta instrumentalización de la libertad de expresión, es necesario legislar para recuperar su conexión con la verdad, la ética y, fundamentalmente, con el derecho del receptor a recibir información veraz. La libertad de expresión no debe ser entendida únicamente como el derecho del emisor a expresar sus ideas, sino también como el derecho colectivo a acceder a contenidos basados en la verdad y el rigor.
Esto implica, legislar para desmantelar las narrativas conspirativas y aquellas que no permiten enfrentar las verdaderas causas estructurales de los problemas sociales. Solo mediante un compromiso ético y legislativo con la verdad y garantizando el acceso equitativo a la información, será posible transformar la libertad de expresión en un vehículo de emancipación colectiva, capaz de desafiar la hegemonía del capital y abrir caminos hacia una sociedad más justa y equitativa.