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Crítica al bloqueo internacional y la hipocresía occidental

Los bloqueos económicos impuestos por las potencias capitalistas han demostrado ser herramientas brutales y antidemocráticas para desestabilizar gobiernos legítimos que no se alinean con sus intereses. Estas medidas, disfrazadas de «sanciones» o «defensas de la democracia», son en realidad ataques directos contra la soberanía de los pueblos, que buscan doblegar a las naciones mediante el hambre, la miseria y el aislamiento económico. Al imponer estas restricciones, las potencias capitalistas muestran su verdadero rostro: no les interesa la democracia ni el bienestar de las mayorías, sino la perpetuación de su hegemonía global.

En este contexto, resulta especialmente hipócrita que las burguesías de los países bloqueados critiquen a sus propios gobiernos por los problemas económicos y sociales generados por estas sanciones, en lugar de dirigir su indignación hacia las potencias responsables del bloqueo. Esto revela una traición estructural: estas élites colocan el capital por encima de la nación siempre que esta no les beneficie. En lugar de defender la soberanía y el bienestar colectivo, actúan como aliados de las potencias opresoras, promoviendo la narrativa de que los males de sus países son producto exclusivo de sus gobiernos y no de las agresiones externas. Así, colaboran en la estrategia de las potencias capitalistas al deslegitimar desde dentro a los proyectos políticos que intentan resistir.

Por otro lado, la hipocresía no se limita a las burguesías locales. En las potencias capitalistas, muchos ciudadanos critican con facilidad a los gobiernos no alineados de otros países, acusándolos de autoritarismo, corrupción o incompetencia, mientras ignoran o justifican la opresión económica que sus propios Estados ejercen sobre esas naciones. Esta doble moral es fundamental para el éxito de los bloqueos, ya que refuerza la narrativa imperialista que culpa a los gobiernos bloqueados de las dificultades económicas que enfrentan, cuando en realidad son las sanciones y restricciones las que les privan de los recursos necesarios para implementar políticas públicas efectivas.

Es crucial señalar que muchos de los problemas atribuidos a los gobiernos de países bloqueados son, en su mayoría, consecuencias directas de estas políticas de opresión económica. La falta de acceso a mercados, la imposibilidad de importar bienes esenciales o la interrupción de sus exportaciones limitan severamente la capacidad de acción de estos gobiernos. Sin embargo, las potencias capitalistas manipulan la percepción global para hacer creer que estas carencias son resultado de malas gestiones internas, promoviendo la idea de que el cambio de régimen es la única solución. Esto no solo perpetúa la narrativa colonialista, sino que también consolida el control capitalista sobre el sistema económico global.

En última instancia, los bloqueos internacionales no solo son una agresión contra los pueblos que los padecen, sino también un espejo que refleja la complicidad de las burguesías nacionales y de las sociedades de las potencias opresoras. El verdadero cambio hacia un mundo más justo requiere desmontar esta narrativa hipócrita y poner el foco en los verdaderos responsables: un sistema capitalista que sacrifica naciones enteras en nombre de sus intereses hegemónicos.

Proletkult.

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