La colectividad no es una opción, sino una condición inherente a la existencia humana. Sin embargo, existe una diferencia fundamental entre un colectivismo activo, consciente y organizado, y un colectivismo pasivo, impuesto y alienante. En la actualidad, vivimos en una sociedad colectivista, pero bajo la peor forma posible: una colectividad en la que no decidimos cómo nos organizamos, sino que nos sometemos a estructuras impuestas que moldean cada aspecto de nuestra vida.
Trabajo en Serie: La Deshumanización de la Colectividad
El capitalismo ha convertido la colectividad laboral en una estructura de producción en masa, donde la creatividad y la autonomía son reemplazadas por métricas de productividad y control corporativo.
Los trabajadores no son individuos con potencial creativo, sino engranajes dentro de una maquinaria diseñada para maximizar el beneficio empresarial. La colectividad, en este contexto, no surge de la cooperación voluntaria, sino de la necesidad de sobrevivir en un sistema que valora la rentabilidad por encima del bienestar humano.
Somos Datos, No Personas
El capitalismo contemporáneo ha convertido la colectividad en un sistema de extracción de datos a una escala sin precedentes. Cada interacción digital nos transforma en una fuente de información valiosa para empresas y gobiernos. Esta colectividad digital no se basa en la cooperación ni en la participación democrática, sino en el control y la predicción de nuestros comportamientos para maximizar la rentabilidad del sistema.
Desde el momento en que navegamos por la web, nuestras preferencias, interacciones y ubicaciones se almacenan, se procesan y se venden. No somos individuos con subjetividad propia, sino conjuntos de datos manipulables. Este colectivismo digital impuesto nos despoja de autonomía, ya que nuestras elecciones son condicionadas por algoritmos que limitan nuestro acceso a la información y nuestras posibilidades de acción.

La Ilusión de la Elección
Uno de los pilares ideológicos del capitalismo es la creencia en la libertad individual y en la multiplicidad de opciones. Sin embargo, esta aparente libertad es profundamente manipulada. En el ámbito del consumo, la mayoría de las opciones que se nos presentan están controladas por un puñado de corporaciones que monopolizan los mercados. En el mundo digital, los algoritmos determinan qué contenido vemos y qué productos compramos, reduciendo la variedad real de opciones.
Este modelo impone un colectivismo disfrazado de individualismo: creemos que tomamos decisiones por cuenta propia, cuando en realidad somos empujados a seguir patrones preestablecidos por el mercado. La capacidad de elección genuina solo existe dentro de los límites definidos por el sistema.
En un verdadero colectivismo socialista, la libertad no es la ilusión que nos venden, sino una libertad basada en la participación activa. En lugar de ser manipulados por algoritmos o intereses corporativos, las personas son libres para decidir cómo organizar sus vidas, sus recursos y sus comunidades. Aquí, la libertad individual no está en oposición a la colectividad, sino que se alcanza a través de la cooperación consciente y la autonomía colectiva.
Monocultivo Cultural
La expansión del capitalismo global no solo homogeniza las economías, sino también las culturas. En lugar de una colectividad basada en la diversidad y la interacción equitativa entre distintas tradiciones, se nos impone un monocultivo cultural diseñado para el consumo masivo.
Las expresiones culturales auténticas son mercantilizadas y despojadas de su contexto, reducidas a productos rentables dentro de un mercado global, promoviendo una cultura homogénea que no desafía el statu quo. En lugar de una colectividad basada en el intercambio enriquecedor, el capitalismo impone una colectividad de consumo que perpetúa la alienación y la desconexión de nuestras propias raíces.
La Trampa de la Meritocracia
El capitalismo promueve la idea de que el éxito es producto del esfuerzo individual, pero esta narrativa oculta las desigualdades estructurales que determinan el acceso a oportunidades. La colectividad que el capitalismo impone no es solidaria ni equitativa, sino una estructura jerárquica en la que unos pocos tienen el poder y la riqueza, mientras que la mayoría es explotada bajo la ilusión de que puede ascender si trabaja lo suficiente.
Las reglas del juego están diseñadas para perpetuar la concentración de poder en pocas manos, justificando la desigualdad con el mito de la meritocracia. En esta colectividad impuesta, la mayoría de las personas creen que su situación es resultado de decisiones individuales, cuando en realidad es el producto de un sistema estructurado para beneficiar a una élite económica.
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¿Por Qué Es Esto Colectivismo?
A pesar de su retórica individualista, el capitalismo impone un colectivismo basado en la competencia y el control. Todos estamos colectivamente empujados a consumir, a producir y a endeudarnos dentro de un sistema que no elegimos. La diferencia con un colectivismo consciente y democrático es que en el capitalismo, esta colectividad se impone sin agencia ni autodeterminación.
No se trata de si queremos vivir en colectividad o no: ya estamos en una colectividad, pero en la peor versión posible. No decidimos cómo organizarnos ni qué valores rigen nuestra sociedad; simplemente seguimos las dinámicas impuestas por el mercado y el poder económico. En lugar de una colectividad basada en la cooperación y el beneficio mutuo, el capitalismo nos somete a una colectividad de explotación y alienación.
Colectivismo Activo o Pasivo: La Verdadera Elección
La cuestión no es si debemos optar por el individualismo o el colectivismo. La colectividad es ontológicamente inevitable. La verdadera elección es si queremos vivirla de manera activa y consciente, organizándonos en función de nuestros intereses colectivos, o si queremos seguir padeciendo un colectivismo impuesto que solo beneficia a una minoría.
Un colectivismo activo implicaría recuperar nuestra capacidad de decidir sobre los aspectos fundamentales de nuestra vida: cómo nos organizamos, cómo distribuimos los recursos y qué valores priorizamos como sociedad. Esto requiere una transformación profunda, donde la colectividad ya no sea una imposición estructural del capital, sino una construcción consciente basada en la solidaridad y la autodeterminación.
El colectivismo socialista ofrece una verdadera posibilidad de libertad, ya que la colectividad se construye desde abajo, a través de la democracia directa, la igualdad y el control sobre los medios de producción. Es un sistema en el que el bienestar común es el eje central, y donde cada individuo puede expresar su autonomía dentro de una estructura que respeta la dignidad, la igualdad y los valores compartidos por toda la sociedad.
El capitalismo nos ha hecho creer que somos individuos aislados, pero la realidad es que ya formamos parte de un sistema colectivista. La pregunta es: ¿seguiremos siendo piezas pasivas dentro de esta estructura de dominación, o tomaremos el control de nuestra propia colectividad, transformándola en un modelo de libertad y justicia para todos?