Nuestro sistema financiero está estructurado de tal forma que favorece la acumulación de capital en quienes ya poseen mayores recursos. Esto se vuelve particularmente evidente durante los periodos de crisis económica, cuando las decisiones de los bancos centrales y las dinámicas del mercado acentúan las desigualdades preexistentes.
Uno de los mecanismos más notorios es el manejo de las tasas de interés. En contextos de incertidumbre o recesión, los bancos centrales suelen aumentar las tasas de interés para controlar la inflación o estabilizar la economía. Este incremento complejiza el acceso al crédito, ya que el costo de endeudarse se eleva considerablemente. Aunque estas medidas puedan justificarse como necesarias desde el punto de vista macroeconómico, en la práctica benefician desproporcionadamente a quienes ya tienen más capital.

Cómo las crisis favorecen a los grandes capitales
Durante una crisis, el aumento de las tasas de interés afecta de manera más severa a los pequeños y medianos actores económicos, quienes dependen del crédito para sostener sus operaciones. Por el contrario, aquellos que ya poseen grandes cantidades de capital pueden amortiguar el impacto de estas medidas y, en algunos casos, aprovechar las condiciones para expandir su influencia económica. Esto ocurre a través de varios mecanismos:
- Mayor capacidad de inversión: Quienes tienen más recursos pueden utilizar su capital acumulado para invertir en un mercado deprimido. Esto les permite adquirir activos valiosos, como bienes raíces o empresas en dificultades, a precios muy por debajo de su valor real.
- Acceso desigual al crédito: Aunque las tasas de interés suben, los grandes capitalistas suelen ser considerados prestatarios de menor riesgo por los bancos. Esto les facilita obtener préstamos incluso en condiciones adversas, mientras que los pequeños empresarios enfrentan restricciones severas.
- Concentración de mercado: Durante las crisis, muchas pequeñas y medianas empresas no pueden sostenerse y terminan cerrando. Esto crea vacíos en el mercado que son ocupados por las grandes corporaciones, consolidando su monopolio o su posición dominante.
- Compra de activos devaluados: En contextos de recesión, los activos suelen depreciarse. Quienes tienen la liquidez necesaria pueden adquirir propiedades, acciones o negocios a precios bajos, incrementando su patrimonio una vez que la economía se recupera.
Una estructura que perpetúa la desigualdad
Estos fenómenos no son accidentales, sino estructurales. Están profundamente arraigados en la lógica del capitalismo, donde el capital genera más capital de manera exponencial. En otras palabras, el sistema está diseñado para que la riqueza se concentre cada vez más en manos de unos pocos, mientras que la mayoría queda excluida de los beneficios del crecimiento económico.
Las crisis económicas actúan como catalizadores de esta concentración de riqueza. En lugar de ser una oportunidad para redistribuir los recursos y nivelar el terreno, las recesiones terminan fortaleciendo a los grandes capitales y debilitando a los más vulnerables. Esto refuerza un ciclo vicioso de desigualdad, donde los ricos se hacen más ricos y los pobres pierden aún más.
La inflación como excusa
Si realmente el objetivo fuera reducir la inflación, sería necesario intervenir directamente en los precios, y no castigar la capacidad de inversión y consumo de los ciudadanos. Actuar sobre los tipos de interés es una estrategia que, bajo el pretexto de estabilizar los mercados, profundiza aún más en la lógica de acumulación que caracteriza al sistema capitalista.
En lugar de favorecer la competencia, como afirma la retórica dominante, esta práctica consolida la concentración de capital en cada vez menos manos, limitando la capacidad de asumir riesgos e invertir a quienes ya poseen grandes recursos. De este modo, las crisis se utilizan como oportunidades para reforzar el poder de una élite económica, ocultando bajo argumentos técnicos el verdadero objetivo: perpetuar la desigualdad estructural inherente al sistema.
En un modelo que supuestamente favorece la inversión, esta contradicción expone el carácter profundamente antidemocrático y excluyente del capital.