En el discurso político contemporáneo, la derecha ha convertido la palabra «populista» en una etiqueta omnipresente para deslegitimar a la izquierda. Sin embargo, esta acusación no es un análisis político serio, sino una herramienta ideológica diseñada para bloquear cualquier debate sobre las profundas fallas estructurales del sistema actual. Pero, ¿qué significa realmente cuando la derecha acusa a la izquierda de populismo? Más allá de lo superficial, esta táctica revela mucho sobre las estrategias discursivas de quienes buscan perpetuar el orden establecido.
Populismo: el cajón de sastre del desprestigio
Al calificar a la izquierda como populista, la derecha intenta asociar sus propuestas con prácticas autoritarias, simplistas o demagógicas. Según esta narrativa, la izquierda buscaría manipular las emociones del pueblo a través de promesas vacías o irrealizables, en lugar de presentar soluciones «serias» o «responsables». Esta caracterización ignora que el populismo no es una ideología específica de izquierda o derecha, sino un estilo de liderazgo o estrategia discursiva que puede encontrarse en múltiples contextos ideológicos.
El problema con esta acusación es que tergiversa la naturaleza de las propuestas de izquierda. A diferencia de lo que sugiere la derecha, la izquierda no basa su acción en una simplificación del conflicto político, sino en análisis profundos que buscan transformar las estructuras de poder y distribución de recursos en favor de la justicia social, la igualdad y la sostenibilidad. En este sentido, tildar cualquier propuesta de transformación radical como populista es, en el mejor de los casos, una distorsión intencionada y, en el peor, un acto de mala fe intelectual.
Naturalización del marco capitalista burgués
Lo más preocupante de esta táctica discursiva es su trasfondo ideológico: la derecha utiliza el término «populista» para reforzar la idea de que el marco liberal-capitalista burgués no solo es preferible, sino inevitable. Al describir cualquier intento de cambio estructural como una amenaza populista, se posiciona al sistema actual como el único modelo legítimo para organizar la sociedad, casi como una condición ontológica de la humanidad.
Esta narrativa tiene varios efectos profundos:
- Despolitización del capitalismo: Se presenta al capitalismo como algo «neutral» o «natural,» ocultando su carácter político y las relaciones de poder y explotación que lo sostienen. Esto hace que cualquier crítica estructural parezca una amenaza irracional en lugar de una discusión legítima.
- Estigmatización del cambio: Al vincular el cambio radical con el populismo, se sugiere que cualquier alternativa al capitalismo es irresponsable o peligrosa. Esta estrategia busca desactivar las demandas de transformación antes de que puedan ganar legitimidad.
- Protección del statu quo: Tildar de populista a la izquierda desvía la atención de las crisis del sistema actual, como la desigualdad, el cambio climático y la precarización laboral. En lugar de enfrentarse a estas críticas, la derecha se refugia en una narrativa que desprestigia las soluciones transformadoras sin evaluarlas seriamente.
- Reforzamiento ideológico: Al asociar la racionalidad, la moderación y la estabilidad exclusivamente con el capitalismo liberal, la derecha establece los límites del debate político. Todo lo que exceda esos límites es calificado de extremo o populista, blindando el sistema contra desafíos reales.

El populismo como excusa democrática
La derecha no solo utiliza el populismo como una etiqueta vacía; también lo emplea como una excusa para justificar su supuesta superioridad democrática. Se pretende que el populismo es antidemocrático por definición, ignorando que, en muchos casos, las propuestas de izquierda buscan precisamente ampliar la democracia a través de la participación popular y la redistribución del poder.
En este sentido, la acusación de populismo no es un análisis, sino un rechazo preventivo a cualquier forma de democracia que cuestione las estructuras jerárquicas de poder actuales. Al calificar las propuestas de justicia social y redistribución económica como populistas, la derecha intenta frenar el impulso hacia una democracia más inclusiva y transformadora.
El verdadero objetivo: bloquear la imaginación política
Más allá del término en sí, lo que está en juego es la posibilidad de imaginar un mundo diferente. Al etiquetar cualquier propuesta de cambio como populista, la derecha busca preservar el sistema capitalista como el «fin de la historia», en palabras de Francis Fukuyama. Este discurso pretende convencernos de que el capitalismo es inseparable de la naturaleza humana, ignorando que es un producto histórico contingente, construido a lo largo de siglos de lucha y que, como todo sistema humano, puede ser superado.
En última instancia, cuando la derecha nos llama populistas, no está describiendo nuestras propuestas; está defendiendo su propia visión del mundo. Una visión que se niega a aceptar que el sistema actual es insostenible y que existen alternativas viables. Al rechazar el populismo como excusa, debemos reivindicar el derecho a imaginar y construir un futuro más justo, equitativo y democrático. Solo así podremos superar las trampas ideológicas del presente y avanzar hacia un horizonte verdaderamente transformador.