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Los Partidos Socialistas son el «centro» político en el capitalismo

Aclaración previa: Bajo mi perspectiva, el centro político no existe: es una ficción ideológica construida sobre la naturalización del capitalismo. Solo si aceptamos como dado e inamovible el orden social vigente podemos hablar de un supuesto ‘centro’.

En realidad, lo que se llama centro no es más que la derecha disfrazada de neutralidad.

Introducción

Se repite sistemáticamente, desde los medios de comunicación de masas, que los partidos socialistas occidentales representan a la izquierda. Sin embargo, esta etiqueta es un espejismo histórico. Lejos de cuestionar el orden económico vigente, estos partidos han asumido sus fundamentos: la propiedad privada de los medios de producción, el mercado capitalista y el marco liberal de las libertades individuales.

Lo que hoy se autodenomina “socialdemocracia” no es sino la forma más amable del liberalismo. Si observamos las bases teóricas del liberalismo en los clásicos del pensamiento burgués —Hobbes, Locke, Adam Smith, Stuart Mill— y las contrastamos con la crítica de Marx, Lenin o Rosa Luxemburgo, se hace evidente que los actuales partidos socialistas europeos son, en realidad, partidos liberales de centro, cuya función no es transformar el sistema, sino garantizar su continuidad.

El liberalismo clásico: libertad individual y propiedad privada

Para entender este fenómeno debemos volver a las fuentes.

Thomas Hobbes escribía en Leviatán (1651): “El fin del Estado es la seguridad del pueblo, y la seguridad no es otra cosa que la protección de cada uno en su vida y en los medios de conservarla.” El Estado moderno, así, nace no para abolir la desigualdad, sino para protegerla bajo el manto del orden social.

John Locke, considerado padre del liberalismo político, fue aún más explícito en su Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil (1690): “El gran y principal fin de los hombres al unirse en comunidades políticas y someterse a gobiernos es la preservación de su propiedad.” Aquí se establece la columna vertebral del liberalismo: la propiedad privada como derecho natural e inalienable.

Adam Smith, en La riqueza de las naciones (1776), consolidó la visión económica: la sociedad prospera porque cada individuo persigue su propio interés. La famosa “mano invisible” simboliza la confianza en que la búsqueda individual del beneficio genera bienestar colectivo. Pero Smith también reconocía el sesgo de clase del Estado liberal al afirmar que la autoridad civil se instituyó para defender “a los ricos contra los pobres.”

Finalmente, John Stuart Mill elaboró un liberalismo progresista que defendía las libertades políticas, morales y sexuales, pero sin cuestionar la base capitalista. En Sobre la libertad (1859), la emancipación se presenta como ampliación de derechos individuales, desligada de la transformación económica.

En conjunto, estos autores sentaron las bases del liberalismo clásico: libertad civil y política, sí, pero sobre el fundamento incuestionable de la propiedad privada de los medios de producción.

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El socialismo occidental como liberalismo progresista

Los partidos socialistas europeos actuales operan en este mismo marco ideológico.

  1. Aceptan la propiedad privada de los medios de producción. Ninguno plantea seriamente abolir el capitalismo: su horizonte es gestionarlo.
  2. Defienden libertades individuales en el plano civil, político, cultural y sexual, pero sin trasladar esa lógica a la esfera económica. La libertad de los trabajadores queda subordinada al mercado.
  3. Usan el Estado como corrector de excesos, no como herramienta de transformación social. El Estado del bienestar se convierte en un mecanismo de estabilidad que suaviza desigualdades sin tocar las raíces de la explotación.

En este sentido, lo que se presenta como socialdemocracia no es más que liberalismo en clave progresista: defensa de la propiedad privada de los medios de producción y, con ella, del capitalismo, así como de las libertades individuales, en clave burguesa.

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La crítica marxista al reformismo

La tradición revolucionaria aporta claves decisivas:

Marx y Engels escribieron en el Manifiesto Comunista (1848): “El rasgo distintivo del comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la abolición de la propiedad burguesa, de la propiedad de los medios de producción.” Con ello señalaron que ninguna emancipación real puede alcanzarse sin poner fin a la propiedad privada sobre los medios que organizan el trabajo social.

Lenin, en El Estado y la Revolución (1917), subrayó que “el Estado es siempre un órgano de dominación de clase.” Denunció que los partidos socialdemócratas habían dejado de ser fuerzas de emancipación para convertirse en sostenes del orden burgués, ocultando tras discursos democráticos el verdadero carácter de la explotación.

Rosa Luxemburgo, en Reforma o revolución (1899), lo resumió con claridad: “Quien se pronuncia por la reforma legal en lugar y en contra de la conquista del poder político y de la revolución social, en realidad no escoge una vía más tranquila, sino un objetivo diferente: en lugar de instaurar una nueva sociedad, se limita a retocar la vieja.”

Estas advertencias muestran que lo que hoy se llama socialdemocracia no puede confundirse con izquierda: ha renunciado a la crítica fundamental al capitalismo y a la abolición de la propiedad privada de los medios de producción.

¿Por qué son el centro político?

Si la izquierda se define, inevitablemente, por la superación de la explotación capitalista (¿si no, por qué se iba a definir?), entonces los partidos socialistas europeos, a día de hoy, ya no pertenecen a esa tradición.

  • La derecha ha virado hacia el neoliberalismo radical ya que privilegia la propiedad privada sin el control que exigía el liberalismo clásico y, a su vez, restringe las libertades individuales y civiles, reduciendo el significado de libertad al, solo teórico para la mayoría, «acceso al mercado».
  • Los Partidos Socialistas Europeos privilegian libertades civiles pero sostienen intacta la base capitalista, es decir, la propiedad privada de los medios de producción.

Por tanto, la verdadera ubicación de los partidos socialistas europeos es el centro político, no la izquierda.

Consecuencias políticas

De aquí se derivan fenómenos constantes:

  • Pactan indistintamente con partidos conservadores o liberales, pues comparten el mismo marco económico.
  • Respaldan el orden imperialista occidental, apoyando la OTAN, la UE neoliberal, el FMI o el Banco Mundial.
  • Actúan como freno para la clase trabajadora, funcionando como el “tapón” que impide que el descontento se convierta en fuerza revolucionaria. Lenin lo sintetizó bien: la burguesía necesita un partido obrero reformista para domesticar al proletariado.

La «socialdemocracia» que hoy queda es liberalismo de centro, adornado con un barniz progresista que suaviza el capitalismo sin transformarlo.

La tarea de quienes aspiran a una verdadera emancipación no es aceptar este engaño, sino reconstruir una izquierda real que recupere la crítica a la propiedad privada de los medios de producción y vuelva a situar la lucha por la emancipación colectiva en el centro. Como advirtió Rosa Luxemburgo, la disyuntiva sigue vigente: socialismo o barbarie.

Dicho esto, conviene precisar algo: las categorías de izquierda, centro y derecha no tienen un valor absoluto, sino que dependen siempre del marco social y/o histórico que se da por sentado. Hoy, ese marco es el capitalismo neoliberal, naturalizado como si fuese inevitable. Por eso, dentro de este horizonte, cualquier posición de “centro” parte necesariamente de la aceptación del capitalismo como algo neutral y natural.

Sin embargo, si no asumiéramos el capitalismo como el marco inevitable, el panorama sería diferente. En una sociedad comunista, por ejemplo, también podrían existir distinciones entre izquierda, centro y derecha, pero relativas a otras cuestiones: los grados de libertad individual, los derechos sexuales y reproductivos, el papel del Estado en la regulación, o el alcance de la socialización de las formas productivas.

En ese sentido, yo mismo, en este momento histórico y en vista de la finitud material del planeta, podría considerarme un comunista de centro (en el capitalismo se me sitúa dentro de la izquierda radical). ¿Motivos? No creo posible hoy una socialización absoluta ni la disolución del Estado; considero necesaria una fuerte centralización (incluso planetaria) de las necesidades de producción para garantizar la supervivencia colectiva en condiciones de escasez y de cambio climático. Al mismo tiempo, pienso que las libertades individuales —en todo lo que no concierne al ámbito económico-productivo— deben ser lo más amplias posibles para favorecer autodeterminación, de modo que el marco regulatorio se concentre únicamente en lo material.

Proletkult.

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