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Gobernar es Enfrentarse al Poder

Para la izquierda real, gobernar no es administrar el sistema, sino enfrentarse al poder en todas sus formas: económico, estatal y estructural. Gobernar es confrontar las bases mismas de un sistema diseñado para perpetuar la desigualdad y proteger los privilegios del capital. El Estado burgués, lejos de ser neutral, actúa como guardián de estos intereses, y toda acción que busque transformar la sociedad en favor de las mayorías es respondida con violencia sistemática: verbal, mediática, judicial y estructural.

La izquierda, al gobernar, debe enfrentarse no solo a esta maquinaria de poder, sino también a los ataques coordinados que buscan deslegitimarla, dividirla y desmovilizarla. Estos ataques no son casuales; son tácticas deliberadas que intentan confundir y desmoralizar al votante menos posicionado, sembrando dudas y frenando cualquier avance transformador. En este contexto, blindarse mentalmente frente al juego sucio de la derecha y sus aliados es una necesidad urgente. Entender que el poder económico y mediático manipula la opinión pública y criminaliza la disidencia es clave para no caer en sus trampas. Pero no basta con resistir; es imprescindible pasar a la ofensiva.

La izquierda real no puede permitirse ser más buena e inocente que su enemigo. Debe asumir la necesidad de atacar sin piedad y deslegitimar las estructuras profundas del Estado burgués desde una posición militante, dejando claro que estas no sirven a la mayoría, sino a una minoría privilegiada. Esto implica desmantelar las narrativas construidas por los medios de comunicación hegemónicos, exponer la instrumentalización de la justicia y enfrentar las instituciones que perpetúan la desigualdad. Además, si no tiene el poder suficiente para gobernar sola, la izquierda debe lidiar con las limitaciones impuestas por la burguesía progresista representada en la socialdemocracia y el social-liberalismo, corrientes que actúan como freno al cambio real al aceptar las reglas del juego capitalista mientras pretenden ser una alternativa. Estas fuerzas no son aliadas en la lucha de fondo; son cómplices del sistema al perpetuarlo con discursos tibios que diluyen el conflicto de clases.

En este panorama, colaborar con la burguesía progresista puede ser inevitable en ciertos contextos, pero debe hacerse con plena consciencia de sus limitaciones. Esta colaboración implica asumir la frustración de no poder alcanzar los objetivos transformadores en toda su magnitud. Sin embargo, también es necesario reconocer que, de no estar en el Gobierno, la situación sería aún peor, ya que la burguesía progresista tiende a mirar hacia la derecha cuando la izquierda no está presente para contrapesar su deriva. En este caso, la izquierda debe ser pragmática y aceptar esta frustración solo si su presencia en el gobierno es útil para la sociedad y permite avanzar, aunque sea parcialmente, en la mejora de las condiciones de vida de las mayorías. No obstante, cualquier colaboración debe romperse en el momento en que esta utilidad se diluya o cuando mantenerse implique legitimar un sistema que perpetúa las injusticias estructurales.

El votante medio de la izquierda debe comprender que la violencia política contra quienes buscan el cambio no es un error del sistema, sino su esencia. Por ello, además de blindarse ante los ataques, debe participar activamente en el debate público, desmantelando las mentiras de la derecha y confrontando a quienes desde el progresismo juegan a la conciliación con el capital. La lucha no se gana con buenas intenciones, sino con firmeza ideológica y una estrategia militante que desafíe las bases mismas del sistema.

Para la izquierda real, gobernar no es un fin, sino un medio para transformar la sociedad. Y esta transformación solo será posible si se resiste a los ataques del poder, se denuncia su corrupción estructural y se asume la necesidad de deslegitimarlo constantemente. Resistir no es suficiente: hay que avanzar, atacar y construir un nuevo modelo que desplace al sistema que oprime a las mayorías. La colaboración táctica puede ser una herramienta momentánea, pero nunca un sustituto de la lucha constante contra el sistema en su conjunto.

Proletkult.

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