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¿Crisis de representatividad o fin de época?

En las últimas décadas, Europa ha asistido a un fenómeno político cada vez más extendido: la dificultad de formar gobiernos de mayoría estable. Parlamentos fragmentados, proliferación de partidos, coaliciones inestables y bloqueos institucionales se han convertido en la norma. No se trata de una mera anomalía coyuntural ni de un cambio cultural pasajero. Detrás de esta crisis de mayorías se esconde un proceso más profundo: el capitalismo ha multiplicado sus contradicciones internas y, al mismo tiempo, ha conseguido separarlas unas de otras, hasta el punto de individualizar la experiencia subjetiva de la confrontación política.

El capitalismo como productor de contradicciones

El capitalismo es, por definición, un sistema generador de tensiones: desigualdad económica, conflictos laborales, crisis ecológica, disputas de género, tensiones territoriales, enfrentamientos generacionales. Cada contradicción surge de la misma raíz: la lógica de acumulación y explotación sobre la que descansa el sistema.

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En principio, estas contradicciones deberían tender a unificarse, revelando el antagonismo de clase como su núcleo común. Sin embargo, lo que observamos es lo contrario: cada conflicto aparece aislado, encapsulado en su propia narrativa, separado del resto como si no compartiera origen.

La atomización de la subjetividad política

El capitalismo ha perfeccionado un mecanismo para desactivar la potencia de sus propias contradicciones: atomizarlas y devolverlas a los sujetos como experiencias individuales. Así, la desigualdad económica se presenta como un problema personal de esfuerzo o mérito; la cuestión ecológica como una responsabilidad de consumo individual; las tensiones de género como una lucha separada del terreno material; los conflictos territoriales como identidades cerradas sobre sí mismas.

La política institucional recoge y amplifica esta fragmentación. Proliferan partidos que representan “partes de partes”, identidades parciales, reivindicaciones sectoriales, sin un horizonte común que las articule. La subjetividad política se transforma en un acto de consumo: representarse en las urnas se asemeja a representarse en una red social, donde lo importante no es construir una mayoría, sino expresar una diferencia.

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La crisis de la representatividad

Lo que está en crisis no es la política en abstracto, sino la forma representativa del liberalismo burgués: la democracia liberal occidental como expresión política del capitalismo.

El sistema parlamentario nació para dar estabilidad a la dominación de clase, ofreciendo la apariencia de una participación universal mientras preservaba intacto el núcleo del poder: la propiedad privada de los medios de producción. Durante gran parte del siglo XX logró integrar tensiones sociales mediante pactos sociales, sindicatos institucionalizados y partidos de masas, funcionando como espacio de síntesis de intereses y como escenario de negociación entre fracciones de clase.

Hoy, esa capacidad de síntesis se ha quebrado. Si cada sujeto político se representa de forma aislada, la representación deja de ser articulación y se convierte en simple suma de fragmentos. La democracia liberal ya no logra organizar las contradicciones sociales: las refleja en su propia fractura. El parlamento, en lugar de proyectar una sociedad cohesionada, muestra una radiografía de su dispersión.

Esto no ocurre por fallos técnicos ni por un exceso de pluralismo, sino porque el capitalismo en su fase actual ya no puede ofrecer un proyecto integrador. Solo administra divisiones, compite por gestionar crisis y convierte la fragmentación en norma. La forma representativa, pensada como mediación de intereses, se transforma en un escenario de dispersión que ahonda la descomposición social.

Hacia dónde mirar

La clave está en recomponer lo que el capitalismo fragmenta: tejer una conciencia común de las contradicciones como parte de un mismo conflicto estructural. La cuestión no es el número de partidos ni la dificultad de formar mayorías, sino la ausencia de un proyecto colectivo que devuelva a las luchas su raíz compartida: la explotación capitalista.

Mientras la política se mantenga atrapada en la atomización, la representatividad será un callejón sin salida. La tarea histórica no consiste en ajustar las reglas del parlamentarismo burgués, sino en construir formas de organización que trasciendan la dispersión, recuperando la centralidad de la clase y la planificación consciente de la sociedad.

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La crisis de mayorías que atraviesan los Estados europeos no es un accidente, ni el resultado de la “inmadurez democrática” de los pueblos. Es la expresión política de un capitalismo que ha aprendido a dividirnos incluso en la forma de experimentar la contradicción. La democracia liberal occidental, lejos de ser la solución, se ha convertido en el espejo roto de esta fragmentación.

Superar esta crisis no implica reforzar la representatividad, sino superarla como forma política, avanzando hacia modelos capaces de recomponer lo común allí donde el capitalismo solo siembra división.

Proletkult.

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