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Comunismo: Lenguaje, Organización, Lucha de Clases y Relato

¿Por qué no usar otro nombre para definir la ideología que defiendes y así evitar las connotaciones históricas negativas del término comunismo?

El valor histórico del término «comunismo» y la batalla por su significado

El lenguaje no es una herramienta neutral; es un terreno de disputa ideológica, capaz de estructurar la realidad y moldear nuestra comprensión del mundo. Cada concepto lleva consigo la memoria de luchas y contradicciones que lo han forjado. Esto es especialmente cierto en términos cargados de contenido histórico y político, como «comunismo». Su fuerza reside tanto en la precisión conceptual como en el horizonte de futuro que nombra.

Defender el término «comunismo» es, ante todo, una cuestión de justicia histórica y respeto por la evolución del pensamiento crítico. Representa siglos de teoría, lucha social y resistencia frente a la explotación capitalista. No es una palabra cualquiera: es el acumulado histórico de experiencias, victorias y derrotas de la clase trabajadora en su intento por abolir la división en clases. Renunciar a él no es un cambio semántico inocuo: es ceder terreno político e histórico al adversario.

El ataque al comunismo y la hegemonía ideológica

El desprestigio del término no es accidental; forma parte de un aparato ideológico que busca neutralizar cualquier alternativa sistémica. Mientras los abusos del capitalismo se presentan como excepciones, cualquier error vinculado al comunismo se generaliza para demonizar la ideología. Este doble rasero busca imponer una narrativa dominante que limita la conciencia colectiva.

Despolitizar el lenguaje, sustituyendo conceptos incómodos por eufemismos aceptables para el poder, empobrece la capacidad de análisis y acción de la sociedad. La defensa del término comunismo no es solo una reivindicación semántica, sino un acto de lucha por un futuro alternativo al capitalismo.

El comunismo como herramienta de análisis y organización

Científicamente, el comunismo se fundamenta en el análisis materialista de la historia. Marx y otros pensadores del movimiento obrero desarrollaron su visión a partir del estudio detallado de las condiciones económicas y sociales de su tiempo. Negar el término es, en última instancia, negar el método que permite comprender las contradicciones del capitalismo y anticipar sus crisis.

Lingüísticamente, borrar «comunismo» reduce el territorio de lo pensable. Las palabras no solo describen realidades; también las crean. Defender el término es, por tanto, defender la capacidad de imaginar un mundo basado en la igualdad y la justicia.

El impacto del borrado del término sobre la clase trabajadora

Eliminar o deslegitimar «comunismo» tiene consecuencias políticas y materiales. Despoja a la clase trabajadora de un vocabulario fundamental para identificar las causas de su explotación y articular alternativas de transformación social. Reduce su capacidad de organizarse coherentemente y fragmenta la conciencia de clase, debilitando la dialéctica de conflicto y resolución que permite reconocer al capitalismo como enemigo común.

Sin un término que encapsule la lucha unitaria, los trabajadores quedan atrapados en demandas parciales o reformistas, mientras el reformismo y el discurso despolitizado ocupan el vacío semántico. Esto facilita la perpetuación de la hegemonía capitalista y la normalización de la desigualdad.

El uso de Eufemismos

Una estrategia contemporánea del capitalismo ha sido fomentar eufemismos como «anticapitalismo», «izquierda alternativa» o «izquierda transformadora». Estos términos atenúan el antagonismo real y carecen del poder organizador de «comunismo». Mientras «anticapitalismo» define una postura negativa y reactiva, «comunismo» es afirmativo: no solo señala lo que debe ser destruido, sino lo que debe construirse.

El miedo a usar el término refleja la interiorización de la narrativa dominante y conduce a un debilitamiento conceptual y organizativo. Renunciar a nombrar el comunismo es renunciar a pensarlo; y sin pensamiento claro, no puede existir como posibilidad histórica.

«Comunismo» es más que un término: es una guía para la acción política y una herramienta de conciencia de clase. Nombrarlo permite desenmascarar la explotación, articular la lucha y visualizar un mundo alternativo basado en igualdad y justicia. Defenderlo no es solo proteger una palabra; es preservar la posibilidad de construir otro mundo.

La asimetría en la culpabilización: comunismo versus capitalismo

Uno de los mecanismos más eficaces de la hegemonía capitalista es la asimetría con la que se juzgan los crímenes cometidos en nombre de distintas ideologías. En el capitalismo, las injusticias, abusos y desastres sociales se presentan como errores puntuales de actores concretos —un empresario corrupto, un regulador ineficaz, un gobierno negligente—, pero casi nunca se cuestiona la lógica del sistema en su conjunto. La maquinaria mediática, académica y cultural del capitalismo fragmenta sus abusos, los aísla y los presenta como anomalías, ocultando que son productos inevitables de un modelo orientado a maximizar beneficios a costa de la equidad social y del equilibrio ecológico.

Cuando una multinacional contamina ríos, crea fármacos como el fentanilo solo por lucro, destruye ecosistemas o explota trabajadores, el relato dominante evita señalar la lógica de acumulación que lo hace posible. El capitalismo se protege diluyendo sus crímenes en una narrativa de “accidentes” o “malas prácticas”, preservando así su imagen de única alternativa viable. Sin embargo, estos abusos no son desviaciones: son consecuencias directas de la competencia, la expansión y la explotación que constituyen su ADN. Guerras por recursos, invasiones, golpes de Estado y dictaduras impuestas o respaldadas por potencias capitalistas —desde América Latina hasta África y Asia— han generado genocidios, miseria y represión masiva en defensa de intereses económicos.

El capitalismo no solo mata en el campo de batalla. Lo hace también a través de la miseria estructural en países ricos y pobres, de la existencia de personas sin hogar en sociedades con abundancia de recursos, de millones de desplazados climáticos y de las crisis humanitarias agravadas por la explotación desenfrenada. Las guerras actuales en Israel, Ucrania o Líbano, y las migraciones masivas que generan, no son hechos aislados: forman parte de un ciclo de crisis económicas, políticas y bélicas que se retroalimentan desde la crisis global de 2008. Todo ello responde a dinámicas sistémicas, no a errores circunstanciales.

En cambio, cualquier error o crimen ocurrido en contextos comunistas —por reales que sean— se presenta como prueba definitiva del “fracaso” inherente a la ideología. No importa el contexto histórico, las presiones externas o las condiciones de guerra y asedio: la culpa se generaliza y se utiliza para deslegitimar la idea misma de comunismo. El capitalismo, que sí puede ser reformado en la narrativa oficial, concede al comunismo el estatus de utopía peligrosa condenada al autoritarismo.

Esta asimetría no es casual: el comunismo cuestiona la raíz del orden capitalista y plantea una alternativa total. Por eso cada error debe ser amplificado y convertido en advertencia. El objetivo no es solo criticar lo ocurrido, sino anular cualquier posibilidad de imaginar un mundo sin capitalismo. De ahí que la culpa funcione como arma ideológica: el capitalismo presenta sus crímenes como “daños colaterales” de un sistema imperfecto pero “natural”, mientras todo lo vinculado al comunismo se pinta como intrínsecamente perverso.

Lo más grave es que esta narrativa ha penetrado incluso en sectores de izquierda, que a menudo evitan nombrar o defender el comunismo para no cargar con el estigma impuesto. Esa renuncia, aunque comprensible, es políticamente débil: acepta el marco ideológico del enemigo y transmite una admisión tácita de culpabilidad. El resultado es una izquierda que se refugia en eufemismos y crítica tibia, dejando intacta la idea de que el comunismo es, por definición, un error.

Construyendo un relato realista sobre el comunismo

El conocimiento es la herramienta más poderosa para transformar nuestra percepción del mundo y abrir nuevas posibilidades. En una época donde el capitalismo ha moldeado el relato dominante —distorsionando conceptos como el de comunismo para perpetuar su hegemonía— es urgente recuperar su verdadero significado y ofrecer un relato alternativo. Un relato fundado en la comprensión histórica, filosófica y política que permita imaginar y construir una sociedad más justa y equitativa.

El sustento filosófico del comunismo

El pensamiento de Karl Marx parte de una concepción materialista de la historia: las condiciones materiales de existencia, y en particular el modo en que producimos y reproducimos nuestra vida, constituyen la base de toda sociedad. El trabajo, actividad central de la humanidad, es lo que nos permite transformar la naturaleza y transformarnos a nosotros mismos.

Sin embargo, bajo el capitalismo, esta actividad creativa se convierte en alienación: el trabajador produce riqueza, pero esta es apropiada por quienes poseen los medios de producción. El fruto del trabajo se convierte en mercancía, y el trabajador, en un engranaje más del mercado. El comunismo plantea superar esta alienación para que el trabajo vuelva a ser una actividad libre, cooperativa y creativa, orientada al desarrollo humano y al bienestar común.

Para Marx, el ser humano es esencialmente social: no existe como individuo aislado, sino en comunidad. El comunismo, por tanto, no es solo una reorganización económica, sino una transformación radical de las relaciones sociales, sustituyendo la competencia y la explotación por cooperación y solidaridad.

Esta visión está atravesada por una concepción dialéctica del cambio: la historia avanza por la lucha de contrarios, en la que la lucha de clases es la fuerza motriz. El capitalismo no desaparecerá por un acto de voluntad, sino como resultado de la acción histórica del proletariado, la clase que más sufre bajo este sistema y que, a la vez, tiene la capacidad de reorganizar la sociedad de forma equitativa.

¿Qué es el comunismo?

Sobre esta base, el comunismo se presenta como una teoría social, política y económica que busca abolir las clases sociales, la propiedad privada y, por último el Estado (entendido como actor de opresión), en favor de una sociedad donde los medios de producción sean de propiedad colectiva y estén bajo control común. Sustituye la competencia por la cooperación y distribuye los recursos para satisfacer las necesidades de todas las personas, sin distinciones de clase, género o nacionalidad.

El camino hacia esta meta implica fases de transición. Primero, la clase trabajadora toma el poder y utiliza el Estado para desmantelar las estructuras capitalistas y planificar la economía en beneficio colectivo. Más adelante, en la fase comunista plena una vez disueltas las relaciones de explotación, el Estado desaparece porque ya no existen clases sociales ni propiedad privada, y la producción se organiza según el principio: “de cada cual, según su capacidad; a cada cual, según su necesidad”.

Es clave entender que el comunismo, en el sentido concebido por Marx y Engels, nunca ha existido plenamente. Los procesos del siglo XX —Unión Soviética, Cuba, China, Chile, Yugoslavia, Vietnam, etc— son experiencias socialistas en transición, condicionadas por sus circunstancias históricas y materiales.

Construyendo el nuevo relato

La meta del comunismo no es solo redistribuir la riqueza, sino que la humanidad tome control consciente de su destino colectivo, evitando las crisis y depredaciones derivadas del individualismo empresarial y económico.

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Conviene recordar que los derechos y mejoras que hoy consideramos “normales” en las democracias capitalistas —jornada de ocho horas, seguridad social, vacaciones pagadas, educación pública— son fruto de luchas socialistas y comunistas, no concesiones voluntarias del capital. Incluso la democracia liberal, con todas sus limitaciones, es una conquista arrancada por la clase trabajadora y apropiada después por las burguesías para adaptarla a sus intereses.

Ningún sistema está libre de abusos, pero el poder económico concentrado es la principal fuente de corrupción política y moral. Y es precisamente ese poder el que el comunismo elimina desde la raíz. Por eso, su valor no reside solo en lo que propone, sino en su capacidad para desmontar el mecanismo central que perpetúa la explotación, la desigualdad y la degradación ambiental. Frente a un capitalismo que disfraza su violencia de natural, el comunismo se presenta como una apuesta consciente por la cooperación, la equidad y la sostenibilidad.

Proletkult.

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