Publicado en

¿Por qué vives peor que tus padres?

¿Y si aquellos tiempos que hoy se recuerdan con nostalgia —los del llamado Estado de bienestar— no fueron sino el resultado del miedo que le provocaba a las burguesías europeas la existencia de la URSS?

¿Y si fue precisamente la presión del comunismo lo que obligó al capital a ceder empleo estable, vivienda asequible, educación y sanidad públicas?

¿Y si el apoyo soviético a los pueblos del sur global permitió que menos personas tuvieran que abandonar su tierra para sobrevivir?

¿Y si la raíz de nuestra precariedad no está en en los inmigrantes, sino en la ofensiva neoliberal que comenzó tras la caída de la URSS?

¿Y si la palabra que hoy más temor despierta —comunismo— es en realidad la única llave para recuperar un futuro común?

¿Y si el verdadero camino para quienes se sienten derrotados por este orden no es la rabia canalizada por la extrema derecha, sino la organización colectiva y el horizonte comunista?

¿Y si lo que te han hecho creer imposible es, precisamente, lo único capaz de devolvernos dignidad y esperanza?

Nos robaron el futuro… y también el nombre con el que podíamos nombrarlo.

Si hoy la vida parece más precaria, más fragmentada y sin rumbo, no es por culpa de quienes llegan de fuera, ni por un supuesto “exceso de derechos”. Es porque cuando desapareció la Unión Soviética, aún con sus problemas internos y contradicciones, el capitalista dejó de temer a la clase trabajadora.

Entonces desplegó sin freno su programa: privatizaciones, desmantelamiento de lo público, precarización del trabajo, destrucción de comunidades y expulsión forzada de millones en el sur global.

El saqueo no fue solo material: también fue simbólico. La palabra comunismo, que antes encendía la imaginación y daba horizonte a los pueblos, fue convertida en un insulto. Nos enseñaron a olvidarla, a odiarla, a creer que sin ella no había futuro posible.

Ese fue su mayor triunfo: convencernos de que no hay alternativa. Por eso, la extrema derecha recoge hoy la frustración de los perdedores del sistema, pero solo para dirigirla contra falsos enemigos: el inmigrante, la mujer, el diferente, el pobre.

La realidad es que no son más que los herederos de quienes diseñaron el saqueo neoliberal.

Nunca estuvieron de tu lado. Nunca lo estarán.

El comunismo, en cambio, sí lo estuvo. Fue lo único que obligó al capital a retroceder, lo único que convirtió a los trabajadores en una fuerza respetada, lo único que ofreció un horizonte de igualdad real.

Por eso, quien se siente perdedor no debe buscar refugio en quienes lo usan como carne de cañón. Debe recuperar lo que nos arrebataron: el derecho a imaginar, a luchar y a construir un mundo distinto.

Ese derecho tiene un nombre, y no debemos temerlo: comunismo.

Proletkult.

Suscríbete a nuestra Newsletter mensual.