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Contra el sionismo expansionista, no contra el pueblo judío: una posición materialista

Desde una mirada materialista de la historia, las ideologías no son esencias fijas ni ideas puras, sino construcciones históricas insertas en relaciones de poder concretas. El sionismo, en tanto proyecto político que promueve la existencia de un Estado judío en el territorio históricamente palestino, debe analizarse bajo esta clave: no como un “derecho eterno del pueblo judío” ni como una conspiración mundial, sino como una ideología nacionalista que ha cristalizado en un proyecto colonial con implicaciones directas sobre otros pueblos, especialmente el palestino.

La crítica a este proyecto, cuando se fundamenta en el análisis material de sus consecuencias geopolíticas, económicas y sociales, no puede ni debe confundirse con antisemitismo, que es el odio hacia los judíos como grupo étnico, religioso o cultural. Esa confusión —intencionada o no— es un obstáculo que protege los crímenes del Estado de Israel y desarma moralmente a quienes luchan por un mundo sin opresores ni oprimidos.

El sionismo no es el judaísmo

Reducir la identidad judía al sionismo es, paradójicamente, un acto profundamente antisemita. El judaísmo es una tradición milenaria, diversa, global, espiritual, cultural, con múltiples posiciones políticas. Existen judíos seculares, religiosos, antisionistas, socialistas, anarquistas, comunistas, anticolonialistas. Algunos de los más férreos críticos del Estado de Israel provienen del propio pueblo judío: desde los Neturei Karta ultraortodoxos hasta autores marxistas como Ilan Pappé o Moshé Machover.

El sionismo, por tanto, no es “la expresión natural” de la identidad judía, sino una opción política concreta nacida en el siglo XIX, impulsada por el nacionalismo europeo y consolidada gracias al respaldo del colonialismo británico. Oponerse a la radicalización de esa opción no es odiar al pueblo judío: es disentir de un proyecto ideológico que ha generado sufrimiento a otro pueblo.

El Estado de Israel como proyecto colonial

Desde una mirada materialista, Israel no es sólo una “democracia liberal en Oriente Medio”, sino una formación estatal basada en la ocupación progresiva de tierras, la limpieza étnica y el despojo estructural del pueblo palestino. Esta afirmación no surge del odio sino de la observación concreta de procesos históricos: el Plan de Partición de 1947, la Nakba de 1948, la ocupación de 1967, los asentamientos ilegales, el bloqueo a Gaza, la ley del Estado Nación Judío de 2018.

No hace falta recurrir a ningún prejuicio religioso o étnico para denunciar esto: basta con aplicar una lógica anticolonial, antirracista y antiimperialista. Quien defiende los derechos de los pueblos a su autodeterminación, a vivir con dignidad y sin dominación externa, debe necesariamente criticar el expansionismo sionista —al igual que ha criticado históricamente al apartheid sudafricano, a las guerras de ocupación de EE.UU. o al colonialismo francés en Argelia.

El uso instrumental del antisemitismo

Acusar de “antisemita” a todo aquel que critica a Israel es una estrategia retórica profundamente deshonesta. Primero, desactiva la crítica política legítima en nombre de una sensibilidad mal entendida. Segundo, banaliza el antisemitismo real, que sigue existiendo y que merece una lucha firme desde todas las posiciones emancipadoras. Y tercero, refuerza el nacionalismo israelí al presentarse como víctima perpetua incluso cuando ejerce un poder devastador sobre otro pueblo.

La confusión deliberada entre antisionismo y antisemitismo responde a una necesidad ideológica del Estado de Israel: blindarse moralmente ante sus actos. Es, en términos gramscianos, una hegemonía discursiva que busca desactivar el conflicto político a través de la censura moral.

La lucha por Palestina no es contra los judíos, sino contra el colonialismo

La causa palestina no es religiosa, no es étnica, no es racista. Es una causa política, concreta, vinculada al despojo, al derecho de retorno, al reconocimiento de una nación históricamente fragmentada y subordinada. Quien defiende a Palestina no está atacando al pueblo judío, sino combatiendo una estructura de dominación.

Un análisis materialista no se deja atrapar por esencialismos: ni los palestinos son siempre víctimas pasivas ni los israelíes, verdugos por naturaleza. Se trata de relaciones sociales concretas, de procesos históricos que pueden transformarse. Y sólo serán transformables si se mantiene viva la crítica, si no se renuncia a llamar a las cosas por su nombre por miedo a ser calumniado.

El internacionalismo como respuesta ética

La izquierda debe ser capaz de defender dos cosas a la vez: combatir todo racismo, incluido el antisemitismo, y apoyar con firmeza la autodeterminación del pueblo palestino y la crítica al sionismo como ideología nacionalista y excluyente. No se trata de elegir entre “defender a los judíos” o “defender a Palestina”: se trata de situarse del lado de la justicia histórica, de los pueblos, de la emancipación colectiva.

Y para eso, es necesario recuperar una mirada de clase, una mirada materialista, una conciencia política que no se deje chantajear ni emocionar por las manipulaciones morales del poder.


Oponerse al sionismo expansionista no es antisemitismo.

Es, desde una perspectiva materialista, una forma de coherencia ética y política con los principios del internacionalismo y de la justicia histórica. Confundir ambas cosas es funcional al statu quo.

Aclararlo es parte de la tarea revolucionaria de nuestro tiempo.

Proletkult.

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